LA FUERZA CONTRA LA ADVERSIDAD

Fatima Pareja ha conquistado las redes sociales por su peculiar manera de narrar en primera persona la enfermedad del cáncer de mama. Admite que “se ha topado” con la fama y que, aunque se encuentra en una situación completamente nueva, le encanta ser el apoyo y la ayuda de cada día más gente. Porque si algo desprende es fuerza y carácter. Conocemos su historia, desde Sevilla hasta Barcelona.

No es normal, por mucho que ella se empeñe en decir que ella no es más que una chica normal, enseguida transmite que tiene un carácter especial. Aunque es amable y graciosa, se deja ver un carácter fuerte y temperamental. Desde que llegó al lugar de la entrevista, ya lució todas sus virtudes. Llegó como se le esperaba. Vestida a la moda, con su reluciente pañuelo en la cabeza, despertaba los piropos del entrevistador, pero ella responde: “Yo de influencer nada de nada, yo soy así”. Entre risas, recordaba con el periodista aquellos tiempos en los que se conocieron, tiempos más sencillos y despreocupados. “Quién volviera a esos tiempos, ese festival fue el mejor de mi vida” defendía la entrevistada. Sin un ápice de nerviosismo y con toda la naturalidad del mundo, se preparaba y se ponía guapa para empezar la entrevista, contando entre medias algunas de las anécdotas que ha vivido gracias al proceso por el que está pasando. “Me fui de Sevilla buscando un futuro ya que aquí, por las circunstancias que hay en Andalucía, no hay trabajo”, esta sevillana ya demostraba la valentía con la que afrontaba su vida desde su juventud, cuando, por ejemplo, no dudó en hacer las maletas y emigrar para buscar un futuro mejor. La situación se puso sería a la hora de entrar en materia.

Una de las cosas que debe aprender la sociedad de ella es su manera de hablar sobre el cáncer. Aunque ya se ha enfrentado a más de una entrevista y para medios muy importantes, el ambiente tan familiar que se crea en la sala da a preguntar… 

-¿Nerviosa por la entrevista, o como si nada?
– De nervios nada- Dijo con claridad y firmeza. 

Se le preguntó que cómo se imaginaba la entrevista, si se la esperaba tranquila o fuerte. Su respuesta, como el resto, fue clara y dura. “Espero que no sea floja, ya te dije que preguntaras sin miedo sobre cualquier aspecto”. Fátima toma así la decidida labor de romper tabúes. Se convierte en ejemplo, porque incita a que cada día más gente (sea cual sea su situación) se anime a contar sus experiencias, bien sea frente a una cámara o confesar sus sentimientos a sus allegados. 

Cuando cuenta su experiencia, lo hace de una manera desenfadada y completamente naturalizada. “Tenía el bulto desde hace bastante tiempo, pero nunca piensas que va a ser cáncer o algo malo. Pero si es verdad que desde que mi madre padeció cáncer de cuello de útero, ha estado encima mía para que fuera al médico”. Recala así la importancia que tiene la autoexploración en la prevención de la enfermedad. En sus redes sociales fomenta hastags tales como, por ejemplo, #AUTOEXPLORATELAMAMA, que es un movimiento en el que se reunen testimonios de personas que han descubierto la enfermedad a tiempo de poder ser tratada de una forma correcta, tanto como de apoyo a los enfermos. 

Comenta que ese 10 de abril no sabe si le dieron una buena o una mala noticia, porque se siente una privilegiada. Se tiene que tener carácter de líder para afrontar las carencias (en cuanto a estigmas) que pueda padecer la sociedad. Fátima se topó con que no encontraba referentes a la hora de habituarse a su nueva situación. Actos como ponerse correctamente un pañuelo, o saber que crema le iba mejor para su tipo de piel, maquillajes especiales… “Lo que encontraba no me satisfacía, pues me dije que yo iba a contar mi experiencia, pero jamás pense que se fuera a formar la pelota que se está formando”, dijo. Este ánimo por parte de la gente, tal y como testifica la entrevistada, le vino genial ya que se encontraba en su momento más bajo de ánimo.

Una montaña rusa, en eso se ha convertido su vida, ya que sus emociones van variando día a día, “hoy estás arriba pero inevitablemente tienes que tener picos bajos, y cuando estaba en ese pico me llegó este apoyo, en el momento que más lo necesitaba”. La labor que realiza con sus videos guarda una curiosa relación con una de sus anteriores profesiones. Técnica en emergencias del SAMUR, antes se dedicaba a salvar vidas en persona, y ahora se encarga de salvarlas a través de una pantalla.
Estos vídeos, por supuesto, no han pasado desapercibidos. A parte del gran éxito obtenido en las redes sociales, Fátima ya ha colaborado junto a diversos youtubers y con el grupo de rap sevillano SFDK. De su vocalista, Saturnino Rey, destaca su humildad y su personalidad arrolladora “se me acercó y me animó a participar en su videoclip».

Surge una cuestión inevitable, ¿de dónde se sacan las fuerzas para convertirse en referente y apoyo de tanta gente en sus momentos más bajos? Fátima confiesa que de sus hermanos. “Cómo explique en un vídeo, mi actitud va en consecuencia a mis familiares, es muy duro porque aparte de llevar nosotros la enfermedad, también llevamos encima el peso de ellos. Con esto me refiero a que si yo estoy bien, nuestros familiares están bien”. Su risa, comenta, hace que sus familiares se sientan mejor. Pero ella, aún siendo referente de mucha gente, también aprovecha para apoyarse en la gente que le sigue y que le admira, defiende que se apoya en ellos para así seguir subiendo.

Esta es Fátima como referente público, pero detrás hay otra persona. Esa misma que confiesa que cuando se enteró del diagnóstico se preguntó: ¿y por qué yo?. “¿Y por qué yo si el cáncer siempre se ha catalogado a personas mayores?”. El hecho de hacerse esa pregunta viene dada por la concepción social que se tiene de la enfermedad, y así lo demuestra. Detalles tales como que, por ejemplo, las mamografías se empiezan a hacer desde los cuarenta y cincuenta años. Explica que muchas chicas le piden qué hacer ya que en su familia tienen antecedentes, pero no pueden hacerse una mamografía ya que no se encuentran en el rango de edad. “Cada día esta enfermedad toca a más y más jóvenes, no paran de escribirme chicas de alrededor de 27 años, y es que el cáncer no entiende de edades”.

Pero no todo es bonito a la hora de exponerse, admite que recibe críticas tanto de gente que padece la enfermedad como de personas completamente ajenas a ella. “Sienten que por meterse en un perfil público y ver cuatro fotos ya te conocen”. Pero su forma de ser la lleva a fijarse en lo beneficioso que le otorga haberse expuesto de esta manera. Se le ve la ilusión en los ojos contando cuando gente le pide consejos para ayudar a familiares que lo están pasando mal con la enfermedad. “Dando esos consejos es cuando te das cuenta que tienes que volver a subir la montaña, ya me sé el camino, entonces es cuestión de ganas y de tirar para adelante”.
“¿Se puede sacar algo positivo de la enfermedad?”, es una pregunta frecuente que suelen hacer a los que la padecen o la han padecido. Fátima lo dice claro: “por supuesto que sí, y no sólo te lo digo yo, si tienes la oportunidad de hablar con más gente que la haya padecido te van a decir lo mismo”.
Sincera como pocos, ha admitido que su vida se ha transformado por completo. Bajo la definición que ella misma se da, pasó de ser una chica muy materialista a ser una chica sencilla. Al fin y al cabo, tal y como se puede extraer de sus reflexiones, estos golpes de realidad te humanizan, te cambian, en definitiva, “te ponen los pies en la tierra”. Conocer a personas que se hayan enfrentado a estos duros golpes de la vida, muestran la esencia humana en estado puro. Enseña cómo se debería afrontar la vida, de una manera sencilla, sin dejarnos influenciar por los aspectos negativos de la sociedad y dando importancia a lo que realmente lo tiene.
Esta sinceridad que saca a relucir cada vez que habla, se hace patente también en sus vídeos. Como explica: “No tengo tabúes porque es la vida real, yo no puedo colgar algo en mi perfil diciéndote mentiras sobre la enfermedad. Alguna vez me he grabado en mis momentos más bajos, aunque aún no he encontrado el momento de subirlos, pero esa es la realidad”.

El poder de las miradasFue una de las cosas que Fátima también comenzó a valorar de la sociedad. Siente cierta rabia cuando se siente excesivamente observada al caminar o hacer vida social en la calle. “Las que no duelen son las miradas cómplices”, comenta con cierto dolor. Reivindica así que la sociedad no considera a la persona enferma de cáncer como un igual, lo trata y lo percibe como un extraño. “Yo no soy pobrecita, siempre digo que los pobrecitos son la gente que tiene que dormir en la calle, en los portales… con este tiempo que hace (que hace muchísimo frío)”, recalca Fátima.
Deja claro que el ser humano es normal sólo por el simple hecho de ser humano. “Sientes algunas miradas y notas que son miradas de ánimo, que están contigo, que te apoyan… e incluso de gente que ni siquiera conoces. Pero hay otra gente que te mira y como que te tacha de “pobrecita, esta enferma”. Yo soy normal, es que yo soy normal. Tengo dos brazos, dos piernas… y aunque no las tuviera, seguiría siendo normal”. Así, Fátima, pone su ejemplo propio. Explica que desde que tiene la enfermedad ha hecho más cosas que gente que no la tiene.

El consejo que le da a la gente que está pasando por su misma situación es nada más y nada menos que vivir. “Nos miran como bichos raros”. Comenta que hay mucha gente que está pasando por su misma situación que no se sienten identificadas con sus testimonios, que no se sienten observadas. A todas ellas Fátima dice que “no se engañen, porque si te miran. Hay gente, y en especial mujeres, que se compran pelucas con lo caras que son, que salen en torno a unos 1.000-1.500 euros, aun siendo fabricadas con pelo do- nado”.

Surge así el planteamiento más duro. Fátima, como siempre valiente y decidida, confirma sin temor que los enfermos de cáncer se convierten en un negocio. Nos abre, precisamente, un nuevo debate. Este planteamento siempre ha tenido cierta controversia. Fátima defiende que “nosotros somos un negocio, hay gente que se pone peluca por tal de pasar desapercibida, cuando no hay necesidad. También puedes ir a una tienda especializada de oncología con champús, cremas… cuando ciertamente no hay necesidad”. Deja claro que muchas empresas suben el precio de sus productos solo por ser destinados a enfermos oncológicos. “Es muy frustrante ver cómo chicas donan su pelo con toda su buena intención, pero luego llego yo, que no tengo pelo, quiero una peluca larga y me cobran un dinero importante”. Admite así que, aunque luce su pañuelo con mucho orgullo, también se ha visto obligada a ponérselo debido a los altos precios de estas pelucas. Muchos enfermos recurren a productos de menor precio pero, como es evidente, de peor calidad. “Yo las he probado, esas pelucas que cuestan 100 euros, y la verdad que se está mucho mejor con el pañuelo”. Este último se ha convertido en un símbolo de su lucha personal contra la enfermedad. Confiesa que le da incluso un poco de pena tener que despedirse de él próximamente, ya que ya ha terminado sus sesiones de quimioterapia y volverá a dejarse crecer el pelo. Con su sencillez y su crudeza trata de romper con el negocio (aunque sea muy dificil) establecido alrededor de los enfermos de cáncer. “Lo mismo pasa con los productos la piel… hasta en el mismo hospital hay enfermeros que te recomiendan tiendas con productos oncológicos y, verás, una crema que te cuesta allí 50 euros porque te lo venden como lo más “top” del mercado”. Con orgullo confiesa “yo me compro la crema del Mercadona (PH Neutro), ¿qué cambia, un aroma? Puede que el otro lo hagan con sustancias naturales… pero yo he usado esa desde el principio y no he tenido ningún problema”. Fátima simboliza así una especie de lucha al más puro estilo David contra Goliat, el pequeño contra el gigante. Sus declaraciones y la indignación que en ella despiertan casos como estos, hacen que la sociedad se de cuenta de que tener la enfermedad no es solo padecerla en sí, sino que viene abocada a luchas tanto sociales como económicas. “Conozco el caso de una chica que fue a una tienda oncológica y se gastó 150 euros en 3 productos. ¿No tenemos ya suficiente con nuestra enfermedad? ¿Con estar de baja en el trabajo? A muchas las echan de su puesto solo por el hecho de tener la enfermedad, que encima tenemos que pagar semejante cantidad de dinero por productos “en teoría” de buena calidad, que no la discuto”. Se eleva el tono de su discurso cuando explica que lo que les molesta a la mayoría de enfermos es que haya gente capaz de sacar beneficio del sufrimiento y el proceso por el que están pasando ellos.

La persona que acaba de ser diagnosticada debe der ser informada de los cambios que va a tener tanto psicológicos como físicos. Bajo su experiencia, Fátima declara que el nuevo enfermo debe de concienciarse de que va a padecer bajones importantes tanto físicos, como psicológicos. “Yo siempre me he quejado de que no he pasado mi etapa de duelo, aunque creo que eso nos ha pasado un poquito a todos. Pero es que no se puede pasar una etapa de duelo cuando aún ni has llegado. Me explico, un niño cuando se cae, antes de caerse no sabe que le ha dolido, hasta que no se cae no lo comprueba y llora. Primeramente lo vivimos en un segundo plano, desde la incertidumbre de saber si estas enfermo o no. En esos momentos es cuando tienes que tener paciencia y tranquilidad”. Y eso mismamente es lo que transmite el hecho de pasar un rato con Fátima. Una persona que se enfrenta día a día a su enfermedad de una manera tan natural y sencilla que se convierte en referente de muchísimas personas (cada día más) tanto que se encuentran en su misma situación, como los que no.

Fátima se convierte así en la figura de toda una parte de la ciudadanía. Y es que es este tipo de gente la que necesita la sociedad. Gente valiente, decidida y, sobretodo, empática. Tal y como explica, su sufrimiento pasa en gran parte por los que le rodean, tanto conocidos (su familia), como los que ni siquiera conoce (por ejemplo cuándo defendió que los pobrecitos eran quienes se ven obligados a dormir en la calle). Su labor, más allá de aspectos técnicos (tales como enseñar a ponerse un pañuelo en la cabeza, recomendar productos especializados…), se basa en inspirar a cada día más personas a través de sus experiencias y reflexiones. En conclusión, un ejemplo de superación y lucha para toda la sociedad.

POR Rafael Gil León, estudiante de periodismo en la US.

En una taza de café

EL otro día me regalaron una taza en la que decía: «Nunca dejes de soñar pero no te duermas». Y me ha dado mucho que pensar.

La RAE define SOÑAR como imaginar, generalmente con placer, una cosa que es improbable que suceda, que difiere notablemente de la realidad existente o que solo existe en la mente, pero que pese a ello se persigue. Y yo, he llegado a la conclusión de que soñar es vital. Todos en algún momento de nuestra vida soñamos con algo creyendo que es imposible. Un viaje, sacarnos el carnet del coche, soñamos con crecer, tener nuestra casa o formar una familia. Los sueños son infinitos y cada persona es un mundo por eso al igual que el libro de los gustos no está escrito el de los sueños mucho menos. Soñar es algo innato e involuntario que hacemos desde bien pequeños, desde que nos levantamos hasta que cae la noche, e incluso en el mejor momento del día, cuando dormimos. Hoy asocio los sueños a las metas. Se podría decir que las metas son los sueños conseguidos, el final de una empinada escalera o el puesto número uno en un podium. Sangre, sudor y lágrimas en el camino para llegar a ellos, una carrera de fondo en la que sólo te puedes parar para refrigerarte.

La vida en sí es un sueño en el que cada persona elige el camino más adecuado para llegar a él. Debemos ser constantes pero no obsesionarnos si las cosas no salen bien una vez porque tenemos un millón más de intentos. Debemos andar paso a paso afianzando cada uno de ellos para evitar retroceder, despacio y con buena letra pero sin dormirnos en el intento. La constancia siempre es la clave del éxito aunque nunca viene mal un poco de suerte como en el cuento de la liebre y a tortuga.

Ojalá hubieras sido eterno, abuelo.

El cinco de Junio de 2013 falleció mi abuelo. Recuerdo que fue por la noche y que dormía en casa de mi madre hasta que me despertó mi padre en una lluvia incansable de llamadas para darme la fatídica noticia.
No paraba de llorar y llorar porque no me había podido despedir, no le pude decir una última vez que lo quería por encima de todo, no le pude agradecer todo lo que hacía por mí a pesar de que fuera un cascarrabias de los buenos, cosa que me encantaba. Esa noche fue muy pero que muy dura porque la última vez que lo vi me marché de su casa enfadada, ya sabes, los enfados típicos de adolescentes pero que en ocasiones así permanecen en la conciencia y aparecen cuando menos lo esperas.

Hoy, a mis 23 años de edad y seis años después ha sido la primera vez que me he levantado un cinco de Junio y me ha venido su imagen a mi mente. He despertado acordándome de todos los buenos momento que pasamos, de cuando me recogía del colegio llevándome chucherías y andábamos hacia su casa a paso lento, al ritmo de su bastón. Recuerdo las luchas constantes que teníamos cuando me ponía a saltar en el sofá sacándolo de quicio o cuando se iba por las tardes a tomarse su cervecita con mi abuela y me traía en una servilleta envueltas las avellanas que me volvían loca.

Quizá me haya acordado de esta fecha porque hará no mucho tiempo que encontré una foto suya conmigo en una caja de las típicas donde metes los recuerdos antiguos y que luego encuentras por casualidad en algún rincón de la casa o quizá sea porque sabe que en estos momentos me tiene que cuidar desde ahí arriba como mi ángel de la guarda y quiere que yo lo tenga presente.

Hoy abuelo, un día después de haberle estado dando vueltas a la cabeza sé que me perdonaste por ese enfado caprichoso de niña pequeña consentida. Hoy sé que estás a mi lado en cada paso que intento dar con firmeza y que pase lo que pase vas a estar ahí al pie del cañón como siempre lo has estado. Hoy ya sé que no te tengo que llorarte porque estás aquí, conmigo dándome fuerzas para afrontar cada obstáculo que se me ponga por el camino.
Hoy más que nunca te digo que te quiero, allá donde te encuentres y que por favor te sigas apareciendo en mis sueños y en mi mente al despertar porque así todo se hace mucho más llevadero.

Ojalá hubieras sido eterno, abuelo.

«El Cáncer de Mama no duele» (3/3)

Y seguimos un pasito más, esta vez creo que una de las publicaciones más importantes para mí.

Se levantaba la mañana del Lunes 8 de Abril y yo tan cabezona como siempre quise ir a coger el alta a mi Centro de Salud aprovechando que en mi trabajo me tocaba una semana libre en la que podía reposar. Antes de salir de casa me leí por encima el parte de baja para saber cuál tenía que entregar en la empresa. Leí que me pertenecían 240 días pero, no me alarmé demasiado hasta que le eché un vistazo a la parte del diagnóstico: «Carcinoma Infiltrante de Mama (CDI)». Todo me llamaba a que era la maldita enfermedad pero aún no me lo quería creer. Recuerdo que esa mañana tenía que hacer cantidad de cosas porque estaban acabando la obra en el piso que me acababa de comprar con mi pareja pero que al final no hice nada. Llamé a mi madre que empezó a indagar con los pocos datos que teníamos y a mis amigas más cercanas porque no sabía qué hacer, cómo actuar. Y fue justo cuando me contactaron de las consultas externas del hospital dándome cita para la recogida de resultados, me rogaron que no buscara en internet, que aguantara hasta el día 10 de Abril y que le preguntara todas las dudas al médico.
Así que llegué a casa a medio día sin el alta médica y aguantando las lágrimas, necesitaba estar cerca de los míos. Cerca de mi madre, abuela y hermanos… Lo primero que hice fue entrar en la habitación en la que estaba dormido mi novio y lo abracé despertándose al instante, le dije que era algo malo y empecé a llorar. Él me intentaba tranquilizar remitiéndose a las palabras que nos dijo la ginecóloga, eso de que a mi edad no salía nada malo y bla bla bla

Los dos días antes de la cita se me hicieron eternos, no pegaba ojo ninguno y mi mal humor aumentaba en proporción que se acercaba el día. Taquicardia de la incertidumbre que me invadía mientras que mis familiares aguantaban el chaparrón sin mostrar emociones de nerviosismo.

Miércoles, por fin el día. Entramos los últimos en la consulta, una hora casi y media de retraso. Sergio, mi pareja, no paraba de mirar la pantalla donde salían los pacientes a los que llamaban para que entraran a las visitas. Mi suegra, Segio y yo, nerviosos y desesperados hasta que por fin salió mi indicativo. Aparentemente tranquila y fuerte hasta que el médico lo dijo: «Tienes un Cáncer de Mama».
Es algo muy complicado, empecé a llorar sin consuelo igual que mi suegra. Sergio sin embargo permanecía firme sin derramar lágrima alguna acariciandome la pierna a modo de respuesta a mi llamada de auxilio aunque cuando salimos de la consulta se derrumbó. No duró mucho más, me tuve que hacer fuerte aunque en realidad estaba por los suelos pero yo pensaba… si me ven mal las personas que quiero ellos también lo van a estar y es exactamente lo que no quiero.

¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Pues porque sí, sin explicación, así que dejé de buscarla para empezar a afrontar la noticia.
Llamé a mi madre, estaba nerviosa aunque fuerte y talante dándome ánimos y, ¿sabéis lo que me dijo? «Confía en mí porque yo te voy a ayudar a salir de esta, pase lo que pase y cueste lo que me cueste». Una madre, nunca falla.
Y así es como un día después de la noticia pusimos rumbo a Sevilla a que me trataran, cerca de mi familia aunque dejando atrás a mi pareja. Son momentos en los que hay que aguantar y demostrar. Ahora es mi turno, me toca cuidarme para intentar salir airosa lo antes posible de toda esta mierda, porque es una mierda.

Si has llegado hasta aquí y ya conoces mi historia me gustaría que me ayudaseis a ayudaros, me gustaría que me ayudaseis a concienciar que El Cáncer de Mama SÍ EXISTE, y que nunca mejor dicho está en nuestra mano poder frenarlo a tiempo.
Hagamos viral el hashtag #autoexploratelamama fomentando en las redes sociales el conocimiento de una enfermedad, que por desgracia, es bastante común en las mujeres de hoy.
Hoy soy yo, mañana puede ser cualquiera.

PONLO EN PRÁCTICA.

«El Cáncer de Mama no duele» (2/3)

Y como lo prometido es deuda aquí estoy de vuelta delante del ordenador tecleando mi experiencia y reviviéndola, ¿sabéis una cosa? Ya no duele. No me duele recordarla por muy corta que sea. De hecho me sienta bien porque veo que estoy más fuerte que antes.
Como me dice mi pareja: «Eres fuerte pero siempre un poco más que ayer y un poco menos que mañana».

Ya había entrado la esperada Primavera y con ella todos cantando la famosa canción de la época que, por más años que pasen no va a pasar de moda… Sí, ya sé que habéis acertado. «La Primavera trompetera ya llegó» y pisando muy fuerte.
En Sevilla todos a la espera de Semana Santa y Feria, en Barcelona esperando que un soplo de aire fresco se llevara las lluvias y brotara ya el buen tiempo. En España en sí dandole la bienvenida a la época de festivales.
Y mientras tanto, yo, tranquila y nerviosa a la vez… Sé que es complicado tener esos dos estados de ánimos pero os aseguro que los tenía. Estaba 24/7 con el móvil en la mano esperando la ansiada llamada del hospital para que me realizaran la biopsia de mama, tres semanas después de la fatídica ecografía conseguí que me dieran la cita. 1 de Abril, se iba acercando la fecha y con ella mi mal humor, mi miedo. Sabía que algo malo estaba pasando.

Con los ojos medio cerrados aún ahí estábamos puntuales cual alarma mañanera mi pareja y yo, sentados en la sala de espera viendo cómo iban entrando y saliendo pacientes de la consulta sin parar. Y mi nombre, le dejé las cosas a mi novio, me cogió la mano apretándola con fuerza y me dio un beso de esos esperanzadores, de esos que se sienten muy dentro por muy rápidos que sean.
La enfermera me indicó que debía desvestirme de cintura para arriba y que debía tumbarme en la camilla. Me puso «betadine» por la zona del pecho derecho y axila y me tapó con una manta verde después de que la médica me volviera a realizar una ecografía. Me enseñaron el instrumental, me explicaron el procedimiento y me pusieron anestesia local.
Tras coger muestras del bulto, y digo bulto porque para mí todavía no adquiría el nombre de TUMOR, para mí aún había esperanza de que nada malo fuera. Pero bueno, como os iba contando, tras coger muestras del bulto decidieron hacerme una punción en el ganglio centinela para analizar si cabía la posibilidad de que estuviera afectado. Puntos y pósitos los cuales no podía retirar hasta el tercer día, un día de reposo e inquietud.

Jueves, tercer día desde la biopsia y día en el que por fin pude quitarme el apósito del pecho. Me miré fijamente al espejo y me asusté mucho. Tenía un hematoma de unos 6cm, de la rotura de algún capilar en la intervención quizás. Aún así, acudí al médico porque mis familiares estaban intranquilos y me dijeron que no fuera a trabajar, que me tenía que cuidar. Aunque me indicaron en el hospital que podía seguir haciendo vida normal a la mañana siguiente fui a mi médica de cabecera a coger la baja voluntaria, me dolía al hacer lo más mínimo de esfuerzo pero lo paliaba con el famoso «ibuprofeno».

Y hasta aquí, la segunda de las tres partes en las que he decidido contar mi pequeña historia.

Espero que os esté sirviendo a los poquitos que me leéis para tomar conciencia de que no por ser jóvenes estamos exentos de muchas de las enfermedades que la sociedad atribuye a una edad más avanzada.

¡Nos vamos leyendo luchadores!

«El Cáncer de Mama no duele» (1/3)

Hoy me gustaría abrirme un poco más y contaros un mi experiencia ante el diagnóstico de la enfermedad que tengo. Creo que al contarlo puede que me haga un poquito más fuerte y me lleve a enfrentarlo mejor de lo que ya lo hago.

Hace ya casi unos tres años que me encontré un pequeño bulto en el pecho pero claro, nunca piensas en que pueda ser nada malo. Algún ganglio o bultito de grasa quizás. Vaya que no le eché cuenta ninguna hasta que, prácticamente al mismo tiempo a mi madre le detectaron cáncer de cuello de útero y a mi abuela de colon.
Hablaba con ellas por teléfono cada día y siempre acabábamos con el mismo tema de conversación, en que tenía que pedir cita cuanto antes para que me palparan el pecho. Y así lo hice tras muchos dolores de cabeza que me dieron porque yo seguía tan pasota como siempre.

Fui en Abril del pasado año a la ginecóloga para que me palpara las mamas y me dijo que estaba todo perfecto, que se apreciaban dos bultos móviles, que por mi edad no me tenía que preocupar de absolutamente nada. Igualmente, me dio cita para una ecografía de mama el 2 de Julio de 2018, fecha en la que operaban a mi madre y tenía que viajar a Sevilla para estar con ella, son situaciones que antepones a cualquier cosa. Así que perdí la cita… Pasó un tiempo antes de volver a demandar otra y cuando lo hice a finales de Noviembre me hicieron esperar hasta el 8 de Marzo, el día de la Mujer Trabajadora.

Me sonó la alarma a las 10 de la mañana habiéndome acostado a las 8h después de una noche intensa de trabajo. Fui sola, no sentía la necesidad de ir con nadie porque estaba muy tranquila de que no sería nada.
Y mi turno, entré en la consulta y me desvestí de cintura para arriba como bien me indicó la enfermera. Me tumbé en la camilla y me echaron gel en la mama izquierda y tras explorarme, me dijo que estaba todo perfecto y volvió a echarme gel esta vez en la mama derecha. Miraba y miraba sin decir nada y cogiendo medidas constantemente, así que decidí romper el silencio:
– ¿Es un bultito de grasa no?
– No, no lo es.
– Bueno algún ganglio. Vaya a mí no me duele ni nada.
– No es un ganglio tampoco. Tienes que saber que el Cáncer de Mama no duele.
Y en ese momento se me cayó el mundo encima, intentaba contener las lágrimas mientras la doctora seguía explorándome y midiendo la anomalía tenía en el pecho. Al terminar me limpié los pechos y me pasaron a la sala de al lado donde me realizarían una mamografía. Estaba desconcertada, nunca me habían realizado ninguna y, tenía el miedo metido en el cuerpo. Tras la prueba salió la médica a avisarme que me llamarían del hospital para hacerme una biopsia de lo que tenía en el pecho ya que tras las pruebas realizadas no sabía con exactitud de lo que trataba.

A la semana siguiente volví a tener cita con mi ginecóloga habitual para que me diera los resultados de la ecografía y mamografía. Fui con mi pareja porque ya me daba pavor ir sola, no sabía lo que me podían decir.
Pero para mi sorpresa, las palabras de la doctora fueron casi las mismas que cuando me palpó:
– Los bultos son exceso de tejido mamario, te llamarán para coger una muestra y buscar el porqué de ello. Pero ya os digo, estad tranquilos porque a tu edad no sale nada malo.

Y así es cómo empezó mi contacto con los hospitales y con esta dichosa enfermedad.

Ya os iré contando más a medida que vaya pasando el tiempo.

¡Nos vamos leyendo luchadores!

Aprender por accidente

Un día te encuentras planeando un futuro en pareja y al otro estás cruzando España en coche de vuelta a tu ciudad natal.
Un día no eres consciente de todo lo bonito que te pasa y todo lo bueno que tienes y al siguiente te lamentas por no haber disfrutado más y mejor de todo aquello.
Un día estás en la que crees que es la puta cumbre de tu vida y al otro estás inmersa en la mierda más absoluta.
Un día pierdes las fuerzas tocando fondo y al siguiente es como si te lanzaran una cuerda y salieras del agua siendo una nadadora olímpica.
Que jodido suena, ¿verdad? En realidad no es que suene, es que lo es.

En este último mes me he dado cuenta de que todo pasa, tanto los buenos como los malos momentos. Y es que aunque nos empeñemos en decir que lo bueno dura poco no es así pues, dura lo mismo una semana de trabajo que una semana de vacaciones la única diferencia está en nuestra actitud.
Actitud negativa ante situaciones adversas mientras desprendemos adrenalina «por los cuatro costaos´» (como se diría en mi tierra) ante situaciones extraordinarias sin darnos cuenta de que hay que dosificarla.

Dejemos de tenerle miedo a esas situaciones que llegan por accidente para enseñarnos a ver mucho más allá de ellas.

Barcelona, ¿por qué?

Un día te cambian las condiciones de un contrato laboral y automáticamente, como caído del cielo tienes otro pero a mil kilómetros de distancia de tu refugio habitual y con 20 años recién cumplidos. Lejos de la cueva que te ha visto morirte de la risa y llorar hasta que no te quedaban lágrimas, lejos de aquella columna donde apuntabas con carboncillo tu estatura cada mes y que ha quedado como reliquia en casa, lejos de casa de mamá.

Mirador Hotel Wela


Pero entonces piensas, ¿compensa salir de nuestra zona de confort en busca de un futuro? Para mí la respuesta era clara, NO.
No porque dejas una ciudad a la que adoras, dejas «preocupados» a los mayores de la familia y, en mi caso, perdí la oportunidad de seguir viendo crecer a los más peques de la casa. Pierdes amistades, aunque es cierto que no se pierde algo que nunca se ha tenido porque las que sí eran de verdad a día de hoy siguen estando… Cuánta razón tienen las madres en este tema que por más que nos advierten no vemos la realidad hasta que nos topamos con ella en las narices.
Estaba tan convencida que no me quería mover de mi Sevilla que discutí con mi madre los dos o tres días que me dieron de plazo para dar una respuesta, el tiempo no era algo que jugara a mi favor. Gritos, enfados y discusiones que se convertían en coger el coche pisando el acelerador y dejando que me llevara a dónde quisiera.
El último día y sin esperanza ya mi madre me dijo: «Al menos una vez en la vida tenemos que apostar todo al cero, es una ciudad grande donde vas a poder tener muchas posibilidades. Yo, con 22 años salí de mi país (Marruecos) huyendo dejando a los míos atrás en busca de una vida mejor sin saber el idioma y sin trabajo. Yo no tengo una herencia que dejarte cuando fallezca con la que puedas vivir 5 o 6 años mientras te asientas, tú has salido a mi con un par de cojones y tienes que ir a por todas».

Y así fue, a pesar de no estar convencida acepté el puesto de trabajo. Me fui con tal de no defraudarla y de que estuviera orgullosa de mí. Y aunque no tuve una buena experiencia tanto en el ámbito laboral como en el social en el piso que compartía me enseñaron que, tras las nubes el cielo es siempre azul. Me acabé quedando pues encontré a mi compañero de vida, un catalán tímido y sin salero pero que me hizo madurar y ver las cosas de otra manera. Dentro de lo malo, siempre hay algo bueno pero hay que ganárselo a pulso.

Fue entonces cuando me volví a hacer la misma pregunta, ¿compensa salir de nuestra zona de confort en busca de un futuro?
Mi respuesta cambió por completo y ahora me invadía el SÍ.
Compensa tanto si sale bien como si sale mal. Nos llevamos experiencia y amistades, rompemos la barrera del miedo, aprendemos de verdad lo que es llevar una casa adelante después de la lucha constante que han tenido nuestros padres con ese tema.
Nos damos cuenta que ya no estamos entre algodones o bajo la falda de mamá, que hay más mundo ahí fuera el cual tenemos que conquistar intentando crecer.
Y ahí es cuando damos el gran paso de la madurez.

Y ustedes, ¿qué pensáis?

¡Nos leemos luchadores!

Mucho Más de Mí

Siempre me ha gustado escribir y leer pero la mayoría de las veces no lo hacía porque, sinceramente, me daba una pereza extrema. Pero nunca es tarde para comenzar una andadura, ¿no?.

Mucho Más de Mí nace impulsado por una compañera de vida y tras muchos dolores de cabeza, para qué engañarnos. Al principio no estaba muy convencida pero hay ocasiones en las que los acontecimientos de la vida hacen que te decidas por coger un camino u otro, hacen que decidamos entre coger la dichosa curva abierta a la derecha (bendito GPS) o seguir hacia adelante los Kms que queden hasta volver a escuchar la voz masculina o femenina de nuestro navegador.
Nace de las ganas y desesperación a la misma vez, ganas de poder transmitir y compartir todo aquello con lo que sueño y sonrío, de la desesperación de no poder pasar una etapa de duelo conmigo misma y por la que tengo que pasar a pesar de los pesares.
Nace a modo de terapia propia y colectiva, a modo de compartir vivencias y dar opiniones, de crear un vínculo que va mucho más allá de lo que podamos leer en la pantalla del nuestros móviles, tablets u ordenadores.

Me gusta la gente que se pone metas en la vida, gente que es constante con lo que desean y que disfrutan de ello en el camino, de aquí lo de «persistente en los sueños».
Creo que proponernos retos a nosotros mismos es en cierto modo querer crecer, querer satisfacernos y darnos con un canto en los dientes cuando logremos decir: «fue difícil pero aquí estoy, lo conseguí».
Porque no hay mayor placer en la vida que mirar hacia atrás y ver que en el camino han habido muchas piedras que nos han hecho caer, muchas personas que nos han hecho dudar y una fuerza tan abrumadora que nos ha hecho superar.

¡Nos vamos leyendo luchadores!