En una taza de café

EL otro día me regalaron una taza en la que decía: «Nunca dejes de soñar pero no te duermas». Y me ha dado mucho que pensar.

La RAE define SOÑAR como imaginar, generalmente con placer, una cosa que es improbable que suceda, que difiere notablemente de la realidad existente o que solo existe en la mente, pero que pese a ello se persigue. Y yo, he llegado a la conclusión de que soñar es vital. Todos en algún momento de nuestra vida soñamos con algo creyendo que es imposible. Un viaje, sacarnos el carnet del coche, soñamos con crecer, tener nuestra casa o formar una familia. Los sueños son infinitos y cada persona es un mundo por eso al igual que el libro de los gustos no está escrito el de los sueños mucho menos. Soñar es algo innato e involuntario que hacemos desde bien pequeños, desde que nos levantamos hasta que cae la noche, e incluso en el mejor momento del día, cuando dormimos. Hoy asocio los sueños a las metas. Se podría decir que las metas son los sueños conseguidos, el final de una empinada escalera o el puesto número uno en un podium. Sangre, sudor y lágrimas en el camino para llegar a ellos, una carrera de fondo en la que sólo te puedes parar para refrigerarte.

La vida en sí es un sueño en el que cada persona elige el camino más adecuado para llegar a él. Debemos ser constantes pero no obsesionarnos si las cosas no salen bien una vez porque tenemos un millón más de intentos. Debemos andar paso a paso afianzando cada uno de ellos para evitar retroceder, despacio y con buena letra pero sin dormirnos en el intento. La constancia siempre es la clave del éxito aunque nunca viene mal un poco de suerte como en el cuento de la liebre y a tortuga.

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Ojalá hubieras sido eterno, abuelo.

El cinco de Junio de 2013 falleció mi abuelo. Recuerdo que fue por la noche y que dormía en casa de mi madre hasta que me despertó mi padre en una lluvia incansable de llamadas para darme la fatídica noticia.
No paraba de llorar y llorar porque no me había podido despedir, no le pude decir una última vez que lo quería por encima de todo, no le pude agradecer todo lo que hacía por mí a pesar de que fuera un cascarrabias de los buenos, cosa que me encantaba. Esa noche fue muy pero que muy dura porque la última vez que lo vi me marché de su casa enfadada, ya sabes, los enfados típicos de adolescentes pero que en ocasiones así permanecen en la conciencia y aparecen cuando menos lo esperas.

Hoy, a mis 23 años de edad y seis años después ha sido la primera vez que me he levantado un cinco de Junio y me ha venido su imagen a mi mente. He despertado acordándome de todos los buenos momento que pasamos, de cuando me recogía del colegio llevándome chucherías y andábamos hacia su casa a paso lento, al ritmo de su bastón. Recuerdo las luchas constantes que teníamos cuando me ponía a saltar en el sofá sacándolo de quicio o cuando se iba por las tardes a tomarse su cervecita con mi abuela y me traía en una servilleta envueltas las avellanas que me volvían loca.

Quizá me haya acordado de esta fecha porque hará no mucho tiempo que encontré una foto suya conmigo en una caja de las típicas donde metes los recuerdos antiguos y que luego encuentras por casualidad en algún rincón de la casa o quizá sea porque sabe que en estos momentos me tiene que cuidar desde ahí arriba como mi ángel de la guarda y quiere que yo lo tenga presente.

Hoy abuelo, un día después de haberle estado dando vueltas a la cabeza sé que me perdonaste por ese enfado caprichoso de niña pequeña consentida. Hoy sé que estás a mi lado en cada paso que intento dar con firmeza y que pase lo que pase vas a estar ahí al pie del cañón como siempre lo has estado. Hoy ya sé que no te tengo que llorarte porque estás aquí, conmigo dándome fuerzas para afrontar cada obstáculo que se me ponga por el camino.
Hoy más que nunca te digo que te quiero, allá donde te encuentres y que por favor te sigas apareciendo en mis sueños y en mi mente al despertar porque así todo se hace mucho más llevadero.

Ojalá hubieras sido eterno, abuelo.