EL otro día me regalaron una taza en la que decía: «Nunca dejes de soñar pero no te duermas». Y me ha dado mucho que pensar.
La RAE define SOÑAR como imaginar, generalmente con placer, una cosa que es improbable que suceda, que difiere notablemente de la realidad existente o que solo existe en la mente, pero que pese a ello se persigue. Y yo, he llegado a la conclusión de que soñar es vital. Todos en algún momento de nuestra vida soñamos con algo creyendo que es imposible. Un viaje, sacarnos el carnet del coche, soñamos con crecer, tener nuestra casa o formar una familia. Los sueños son infinitos y cada persona es un mundo por eso al igual que el libro de los gustos no está escrito el de los sueños mucho menos. Soñar es algo innato e involuntario que hacemos desde bien pequeños, desde que nos levantamos hasta que cae la noche, e incluso en el mejor momento del día, cuando dormimos. Hoy asocio los sueños a las metas. Se podría decir que las metas son los sueños conseguidos, el final de una empinada escalera o el puesto número uno en un podium. Sangre, sudor y lágrimas en el camino para llegar a ellos, una carrera de fondo en la que sólo te puedes parar para refrigerarte.
La vida en sí es un sueño en el que cada persona elige el camino más adecuado para llegar a él. Debemos ser constantes pero no obsesionarnos si las cosas no salen bien una vez porque tenemos un millón más de intentos. Debemos andar paso a paso afianzando cada uno de ellos para evitar retroceder, despacio y con buena letra pero sin dormirnos en el intento. La constancia siempre es la clave del éxito aunque nunca viene mal un poco de suerte como en el cuento de la liebre y a tortuga.